Preparación para Participar en la Cena del Señor

En este estudio iremos a las Escrituras para ver qué es lo que Dios espera de nosotros mientras nos preparamos para participar en la Cena del Señor.

¿Cómo te preparas —o no te preparas— normalmente? Durante años he tenido la costumbre de ir llevando las cuentas al día con Dios y, si me es posible, la noche del sábado pasarla tranquila. Pasar estas horas cruciales en meditación y calma ha sido un ejercicio muy provechoso para mí; ha tenido tremendos resultados en mi adoración y servicio del Día del Señor.

Desafortunadamente, este método solemne y bíblico de preparación para la Cena del Señor, es más la excepción que la regla. Todos sabemos que lo que hace gran parte del pueblo del Señor el sábado por la tarde es mirar todo tipo de deporte, y algunas veces alguna película. Amados, estas actividades, aunque son agradables a la carne, no preparan el corazón para encontrarse con el Rey al día siguiente.

Una vez citaron a un amigo mío para comparecer ante Su Majestad la Reina. Éste fue uno de los días más grandes de su vida. Junto con la citación, se le dieron instrucciones de cómo debería vestirse. El protocolo incluía un sombrero gris, frac, pantalones de rayas, y zapatos negros. Cuando llegó al Palacio Buckingham, le escoltaron hasta una sala, y le dieron instrucciones específicas de cómo debía entrar y salir de la presencia de Su Majestad. Debía acercarse a ella por un lado, entonces ponerse en frente, y desde ese punto, proceder a su lugar designado delante de ella. En la conclusión de la entrevista y después de la entrega de la condecoración, debía retroceder hasta cierto punto, y entonces salir por el lateral. Recibió estrictas instrucciones que bajo ninguna circunstancia debía darle la espalda a Su Majestad.

Amados, nosotros no nos encontramos con Su Majestad la Reina en la Cena del Señor. Nos encontramos con Su Majestad el Rey de reyes y Señor de señores. Si es tan importante que los que se presentan ante la Reina vayan ataviados correctamente e instruidos en su protocolo, cuánto más importante es que nosotros nos ataviemos y preparemos adecuada y espiritualmente cuando venimos a adorar a Su Majestad.

En Lucas 22:19-20, dice que el Señor Jesús:

"Tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre, que por vosotros se derrama".

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Aquí la deducción es que también bebemos de la copa en memoria de Él. En 1 Corintios 11:23-25, Pablo escribe:

"Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo: Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que la bebiereis, en memoria de mí".

Tres veces en este pasaje se menciona: "Haced esto en memoria de mí".

Con estos pensamientos en mente, consideremos unas verdades relativas al propósito de la Cena del Señor. Hay por lo menos "cuatro miradas" que debemos considerar si vamos a hacer memoria del Señor de una manera aceptable:

Primero, debemos "mirar adentro". Siempre debe haber un periodo de auto examen antes de la adoración. Segundo, durante nuestra adoración debemos "mirar atrás", una mirada llena de adoración a las glorias pre-encarnadas de Cristo, y Su obra redentora en la Cruz. Los aspectos del oro, el incienso y la mirra en la vida y carácter del Señor deberían estar siempre bajo consideración. Tercero, debemos "mirar arriba", donde el Cristo de Dios está sentado a la diestra de Dios, coronado de gloria y honra. Cuarto, debemos "mirar hacia delante" a la venida del Señor.

Rara vez alcanzamos estos dos últimos puntos en nuestras reuniones de adoración. Nos quedamos con nuestro bendito Señor colgado de la Cruz, cuando en realidad Él está exaltado a la cumbre más alta del universo:

"...Resucitándole de los muertos y sentándole a su diestra en los lugares celestiales, sobre todo principado y autoridad y poder y señorío, y sobre todo nombre que se nombra, no sólo en este siglo, sino también en el venidero; y sometió todas las cosas bajo sus pies, y lo dio por cabeza sobre todas las cosas a la iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que todo lo llena en todo" Efesios 1:20-23.

Pablo también nos exhorta a recordar al Señor:"hasta que Él venga". Cuando nos reunimos para partir el pan, estamos anunciando al mundo, a los ángeles, y a nosotros mismos, que el Señor viene pronto. La Cena del Señor no debería ser sólo un lugar de pena, sino que debería ser un lugar de anticipación y gozo:

Estoy esperando el retorno del Señor que murió por mí.
Sus palabras me han alentado, "Volveré a buscarte a ti".
Casi oigo ya sus pasos que se acercan más y más.
Y mi alma está anhelando, ir con Él por la eternidad.

Hagamos ahora más hincapié en la parte de nuestra preparación "mirando dentro". Pablo nos exhorta a dar una mirada introspectiva hacia nosotros mismos cuando dice: "Examinaos a vosotros mismos". Mi opinión considerada es que es una verdadera imposibilidad recordar al Señor y adorarle aceptablemente a menos que primero nos hayamos examinado y juzgado a nosotros mismos. Debe haber un auto examen, y un auto juicio a fondo, que alcance lo último de nuestra alma, seguido de una revelación sin reservas de nosotros mismos a Dios, antes de que pueda haber verdadera adoración. A continuación de esta exposición del alma, debe haber una confesión y arrepentimiento completo de todo pecado no ignorado. Amados, ¿conocéis algo de este ejercicio espiritual que mueve el corazón, antes de recordar al Señor? Somos propensos a decirle a los pecadores que deben confesar y arrepentirse de sus pecados. Ahora el dedo de Dios nos señala a nosotros. Si tenemos algún pecado sin confesar en nuestras vidas, debemos sacarlo a la luz delante de Dios, confesarlo, y arrepentirnos de ello. Cuando hayamos hecho esto, estaremos en el estado adecuado para recordar al Señor y adorar a Dios.

Además, antes de participar en la Cena del Señor, debemos juzgar nuestros motivos al igual que nuestras acciones. Todo esto debiera ser puesto delante nuestro para analizarlo detenidamente. Esto se aplica tanto a los hermanos mayores como a los jóvenes. ¿Cuál es el propósito de ir a la Cena del Señor? ¿A quién recordamos? En Juan 12, las multitudes no iban a Betania para ver a Jesús; venían para ver a Lázaro, al que Jesús había resucitado de la muerte. Los sabios de Oriente fueron a adorar al Rey. Los hombres sabios aún van a adorar al Rey. Los discípulos, en el Monte de la Transfiguración "a nadie vieron, sino a Jesús solo". ¿Vamos realmente a la Cena del Señor a ver a Jesús y a adorarle a Él?

¿Cuál es el propósito básico de asistir a la Cena del Señor? ¿Es que me oigan? ¿Es el actuar en un impulso repentino? ¿Es simplemente exponer la Palabra de Dios a los presentes? Hay algunos que convertirían la Cena del Señor en una reunión de exposición de la Palabra. Éste no es el propósito de esta reunión única; es completa y únicamente para adorar a Dios, y para recordar a Jesús como Él mismo nos dijo. Respecto a lo de la exposición de la Palabra o contar experiencias, no hay nada malo en ello, pero, en el nombre de Dios, preservemos la singularidad sin par, majestuosidad, esplendor, y sublimidad de la Cena del Señor, y tengamos otra reunión en otro momento para lo demás.

En Lucas 22, y 1 Corintios 11, las palabras: "haced esto en memoria de Mí" se mencionan tres veces directamente y una por inferencia. ¿Por qué quiere el Señor que asistamos a esta reunión única? Es para "hacer memoria de Él", traerle a la memoria. Éste es el único propósito de acudir a la Cena del Señor. Todo y todos deben someterse a Jesucristo. La gloria y majestad incomparables, y la dignidad sin par de Su persona deben saturar a todos los congregados. Todas las relaciones humanas, terrenales y mundanas, deberían palidecer en insignificancia. La atmósfera en la Cena del Señor debe estar cargada con la gloria del Señor Jesús de la misma manera que lo fue en el Monte de la Transfiguración. En esta ocasión, el Señor se mostró supremo; ni los mejores hombres podían comparársele. Cuando Pedro equiparó al Señor con Moisés y Elías, Dios selló la escena con una manifestación de Su gloria y, cuando la nube fue quitada, "a nadie vieron sino a Jesús solo". Cuando asistimos a la Cena del Señor, nosotros tampoco deberíamos ver a nadie excepto a Jesús, y adorarle sólo a Él.

A través de los años se ha desarrollado entre nosotros la tendencia o tradición de ministrar la Palabra en medio de la Cena del Señor. A menudo, este ministerio es de naturaleza general, y tiene muy poco que ver con el objetivo de nuestra reunión. Soy de la opinión de que si se ha de ministrar la Palabra antes del partimiento del pan, al menos este ministerio debe estar enfocado en la Persona y obra del Señor Jesús. Mientras escuchamos este ministerio que está exaltando a Cristo, nuestros corazones se ablandan y nos acercamos a Él, y aumenta la capacidad para adorarle. Este tipo de ministerio es el único provechoso antes del partimiento del pan [nota del traductor: y todavía mejor si lo que tenemos que decir, en lugar de decirlo a los hermanos como un pensamiento devocional, nos dirigimos directamente al Señor en adoración y se lo decimos a Él en presencia de los hermanos congregados].

Hay una gran diferencia entre "ministerio" y "adoración", aunque adoración es ministrar al Señor. Pero cuando hablamos del ministerio, por ejemplo, de la Palabra, a otras personas, es otro concepto. Es algo que viene a nosotros de parte de Dios, a través del Hijo, en el poder del Espíritu Santo. Entonces este ministerio es dado a otros mediante del instrumento que Dios ha preparado y a quien ha entregado el don para este propósito. Esto es lo que es el ministerio de la Palabra, al menos en su sentido ideal. Desafortunadamente, no todo el ministerio llega a este valor.

Pero la adoración es algo totalmente distinto. Es generado en el corazón, y entonces asciende a través del Espíritu Santo, al Hijo, Quien a Su vez lo presenta al Padre en todo el valor de Su gloriosa Persona. Así que, el ministerio desciende de Dios, pero la adoración asciende a Dios. Ya que la adoración es la forma suprema del servicio de un creyente, debemos llegar hasta el Supremo.

Nuestro hermano, A. P. Gibbs, diferencia entre ORACIÓN — ACCIÓN DE GRACIAS — y ADORACIÓN. Dice que "LA ORACIÓN ES UN ALMA OCUPADA CON SU NECESIDAD". Hay reuniones en las que se debe orar, y gracias a Dios por ellas. Éste es el motivo de la reunión de oración. Pero aunque algunos no lo hayan entendido así, la Cena del Señor no es el lugar para orar, para hacer colar al final de una expresión de adoración una pequeña petición: "y te rogamos que aceptes nuestra adoración," o cualquier cosa así. No son palabras malas, pero están fuera de sitio. Dios ya nos asegura de que nos acepta y recibe nuestra adoración. Pero si tuviéramos que pedirlo, el lugar y el momento no es la Cena del Señor, porque la Cena del Señor es el lugar para hacer memoria del Señor y adorarle.

"LA ALABANZA O ACCIÓN DE GRACIAS ES UN ALMA OCUPADA CON SUS BENDICIONES". No hay nada malo con estar ocupados con nuestras bendiciones. El salmista dijo que "es bueno dar gracias al Señor", pero en esta esfera uno no alcanza el ideal de Dios.

"LA ADORACIÓN ES UN ALMA OCUPADA SÓLO CON DIOS". Éstas almas son las que el Padre busca que le adoren. Muchos de los queridos hijos de Dios, a pesar de su conocimiento de las Escrituras, no han sido capaces de irrumpir a través del techo de alabanza y acción de gracias para entrar a través del velo al lugar santísimo, y allí adorar al Señor en la hermosura de la santidad.

Cuando estamos en el Espíritu y estamos siendo controlados por Él, podemos entrar en una experiencia espiritual profunda y conmovedora mientras adoramos a Dios, y estar más cerca del cielo que de ningún otro lugar en la tierra.

Adorar en espíritu y en verdad puede ser costoso. Puede ser costoso en tiempo. Puede que los demás no comprendan por qué nos ausentamos de ciertas actividades para preparar nuestros corazones para adorar en la Cena del Señor. El Salmo 45 dice: "Rebosa mi corazón palabra buena, dirijo al rey mi canto..." El corazón del salmista estaba rebosando de la adoración que él había hecho. Adorar no es como encender la luz, un toque al interruptor y ya está. Lleva tiempo preparar el corazón para adorar. No se aprende a adorar en un seminario o en un instituto bíblico. Aunque aprendieras alguna cosas buena ahí, no pueden enseñar a una persona a adorar. No es una asignatura académica. Es difícil enseñar a otro a adorar, porque es algo que se aprende en la práctica. El mejor lugar para aprender a adorar es el que ocupó María la hermana de Lázaro, es decir, a los pies de Jesús. Ella aprendió, lloró, ungió, y adoró a los pies de Jesús.

Si sientes que no estás suficientemente cerca de Jesús al estar a Sus pies, sube un poco más y, como Juan, recuéstate sobre el pecho del Salvador; escucha cada latido de Su corazón; oye los suspiros que se escapan de Sus labios; saborea las palabras que fluyen como miel de Su boca; mira Sus ojos benditos que hablan de Su profundo amor; contempla Su rostro que fue herido más que cualquier otro, permanece maravillado ante las manos y los pies marcados por los clavos, y el costado abierto. Allí es donde aprenderemos a adorar, pero ganar esta percepción profunda en el corazón del Señor puede ser costoso.

Para María, adorar al Señor fue una experiencia costosa, pero bendita. Trescientos denarios era el salario de un hombre por el trabajo de un año. María invirtió sus ahorros en aquel perfume. Al dárselo todo a Él, ella mostró el amor ilimitado que tenía por Jesús. Derramó hasta la última gota de aquel costoso y precioso perfume sobre Su bendita persona. Nunca en Su vida fue tan honrado el Señor Jesús.

Cuando nos reunimos en la Cena del Señor, Dios no quiere nuestras lenguas, ni tampoco nuestros talentos. Tampoco quiere nuestra palabra de ministerio, a menos que sea en el Espíritu. El Señor Jesús quiere todo nuestro amor y adoración. María le dio ambas cosas —ella le dio su todo.

Hace años vi (en la televisión) cómo algunos veteranos de la guerra volvían a las orillas de Normandía. Con gran emoción, visitaron las escenas de brutales batallas anteriores. Más tarde, visitaron las tumbas de sus amigos que habían muerto en la batalla. Finalmente, la cámara enfocó una lápida que llevaba el nombre de un joven de diecinueve años. Debajo del nombre estaba la siguiente inscripción: "Dio su todo". Este joven dio todo lo que tenía por nosotros; dio su todo por su Rey y su país. Amados, ¿qué hemos dado nosotros al Señor Jesús? ¿Le hemos dado nuestras vidas? En la Cena del Señor y en casa tenemos la oportunidad de hacerlo.

Sí, adorar es costoso. A Abraham le costó. Él dijo a los jóvenes: "Esperad aquí con el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos". Adorar a Dios, al llegar a este punto, a Abraham le costó su hijo, el hijo al cual amaba con todo su corazón. Estaba dispuesto a sacrificar su posesión más preciosa para adorar a Dios. Si quería adorar a Dios aceptablemente, debía preparar su corazón; debe haber sacrificio y consagración de mente y cuerpo. Debemos saber lo que significa tener: "purificados los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura". Es en este estado sublime y espiritual en el que somos aptos para entrar en la presencia del Señor y adorarle.

También hay una advertencia solemne dada para aquellos que participan en la Cena del Señor. En Levítico 10, leemos la historia de dos sacerdotes jóvenes que eran impetuosos y celosos. Se precipitaron en la presencia de Dios y ofrecieron fuego extraño y, como consecuencia, perdieron sus vidas. Amados, no podemos asistir a la Cena del Señor, partir el pan y participar del vino de manera despreocupada, haciendo o diciendo cualquier cosa que se nos ocurra.

Pablo les recordó a los corintios que no podían atracarse comiendo y bebiendo hasta empacharse en las cenas fraternales, y entonces esperar poder adorar al Señor en Su Cena. No estaban en una condición apta para discernir el cuerpo y la sangre del Señor en los elementos. Por este grave error Dios visitó esta iglesia en juicio. Algunos estaban enfermos, otros débiles, y algunos habían muerto. Hermanos, si Dios visitara la iglesia hoy de la misma manera, muchas se convertirían en cementerios.

Cuando venimos para hacer memoria del Señor, venimos ante el Creador y Sustentador del Universo. Venimos para hacer memoria del Señor de señores y Rey de reyes. Venimos también a hacer memoria del Cordero de Dios, crucificado y resucitado. El Ascendido, Glorificado, y Aquel que volverá.

Cuando venimos a adorar, debemos estar limpios de todo pecado. Nuestros corazones deberían ser sensibles y tiernos y nuestras canastas deberían estar llenas de las primicias, estando así preparados para adorar en espíritu y en verdad.

Ha llegado el momento de considerar algunos de estos principios importantes. Antes de participar en adoración deberíamos dar una mirada introspectiva hacia nosotros mismos, ocupándonos en un análisis profundo que penetre en nuestra alma, para que cuando nos presentemos ante Dios, en la más completa santidad, nuestros corazones sean limpios y puros. Será entonces cuando, como un volcán, desbordaremos en adoración.

—Dan C. Snaddon